Cap. 6 El Papel de las Expectativas
Este capítulo, al ser relativamente más corto que los demás, y por ser de los temas principales, “patentados” por Keynes, merece ser transcrito de manera íntegra por Hazlitt:
El capítulo 5 de la General Theory, “Las expectativas como determinantes de la producción y del empleo”, es en el fondo a la vez sensato y realista. Keynes comienza por destacar lo que habría de ser obvio:
Toda producción tiene como fin el satisfacer en ultimo termino a un consumidor. Sin embargo, algún tiempo pasa, normalmente—y a veces mucho tiempo—, entre el momento en que el productor incurre en I06 costes (con vistas al consumo) y el de la compra de la producción por el consumidor final. Entre tanto, el empresario… ha de formular las expectativas más perfectas que pueda… y no tiene otra alternativa que la de guiarse por estas expectativas, si es que realmente piensa producir a través de los procesos que llevan tiempo. Pasa entonces Keynes a distinguir las expectativas “a corto plazo”, relativas a la producción en curso, de las expectativas “a largo plazo”, relativas a las adiciones al equipo capital. Tras introducir una multitud de elaboraciones y complicaciones innecesarias, concluye: Un ininterrumpido proceso de transición… a una nueva posición a largo plazo puede ser complicada en el detalle. Pero el curso real de los acontecimientos es aún más complicado, porque el estado de las expectativas es susceptible de constantes variaciones, superponiéndose una nueva expectativa mucho antes de que la variación anterior se haya desarrollado plenamente… (página 50).
No sería apenas necesario prestar mucha atención a este capítulo, si los admiradores y discípulos de Keynes no hubieran formado tanto alboroto en torno al mismo. “Las expectativas—escribe Alvin H. Hansen (generalmente considerado como el principal discípulo americano de Keynes)—desempeñan su papel en todas las relaciones funcionales básicas de Keynes”[1]. El economista británico J. R. Hicks lo considera como un elemento nuevo y vitalmente significativo: “Una vez agregado el elemento que faltaba—la previsión—el análisis del equilibrio puede utilizarse no solo en las condiciones estacionarias remotas a las que muchos economistas se han visto obligados a retroceder, sino incluso en el mundo real en “desequilibrio” [2].
Una manifestación semejante hace al lector frotarse los ojos de incredulidad. Quizá sea cierto que solo recientemente se haya puesto de moda entre los economistas académicos hacer mucho hincapié en las “expectativas”, bajo ese especifico nombre. Pero la mayoría de los economistas desde los tiempos de Adam Smith las han tenido en cuenta, aunque no haya sido más que implícitamente. Nadie hubiera podido escribir jamás acerca de las fluctuaciones en el mercado de capitales, o en el precio del trigo, del maíz o del algodón, sin hacerlo, al menos implícitamente, en términos de las expectativas de los especuladores, de los inversionistas y del mundo de los negocios. Y la mayoría de los que han escrito sobre los ciclos económicos han reconocido el papel que las variaciones en las expectativas juegan en los auges, en los pánicos y en las
depresiones.
Era practica de los escritores anteriores introducir este elemento bajo las denominaciones de “optimismo” y “pesimismo”, o “confianza” y “falta de confianza”. Asi, para no citar más que un ejemplo, Wesley C. Mitchell, ya en 1913, escribió:
Virtualmente, todos los problemas económicos entrañan elementos que no son conocidos de forma precisa, pero que han de ser estimados de modo aproximado, incluso para el presente, y previstos todavía más toscamente para el futuro. Las probabilidades ocupan el puesto de la certeza, tanto entre los datos sobre los que se basa el razonamiento como entre las conclusiones a que llega aquel. Este hecho hace que los estados de optimismo y pesimismo tengan una buena parte de intervención en la configuración de las decisiones relativas a los negocios[3].
Incluso aunque los economistas académicos hubieran olvidado el papel de las expectativas en los cambios económicos, todo especulador, todo inversionista y todo hombre de negocios, deben de haber conocido, desde tiempo inmemorial, el papel central que desempeñan las expectativas.
Todo especulador experimentado sabe que el nivel de precios en el mercado de capitales refleja las expectativas compuestas de los grupos especulativo, inversionista y de los negocios. Sus propias compras o ventas especulativas son de hecho una apuesta a que sus propias expectativas acerca de los precios futuros de los títulos son mejores que las expectativas compuestas actuales contra las cuales apuesta. Todo inversionista y hombre de negocios es en parte, inevitablemente, un especulador. El hombre de negocios no solo tiene que calcular lo que los consumidores estarán dispuestos a pagar por su producto cuando este se encuentre listo para el mercado; ha de adivinar también correctamente si aquellos van a desear ese producto.
La principal crítica que se puede hacer a Keynes por su tratamiento de las expectativas (en el capítulo 5) es no que les dé demasiado énfasis, sino demasiado poco, porque este capítulo se refiere solamente al efecto de las expectativas sobre la producción y el empleo. Keynes debiera haber reconocido también que las expectativas se incorporan y reflejan en cada precio, incluso en el precio de las materias primas que cada hombre de negocios aislado ha de comprar, y en los tipos de salario que ha de pagar.
Aun ha de hacerse otra observación, sin embargo, sobre el capítulo 5 de la General Theory. A todo lo largo de él, Keynes supone tácitamente (nunca explícitamente) que casi siempre existe un paro sustancial. Supone que cuando son demandados nuevos trabajadores por las empresas de equipo capital, por ejemplo, son siempre añadidos al volumen total de empleo. A lo que parece, son extraídos de algún indeterminado ejército de parados. Nunca considera Keynes la posibilidad de que los nuevos trabajadores de las industrias de capital sean reclutados de entre los trabajadores existentes en las industrias de consumo. Nunca considera el efecto que esta competencia por conseguir trabajadores pudiera tener en la elevación de los tipos de salario, más bien que en el simple aumento del volumen de empleo. Por el contrario, supone tácitamente que los tipos de salario permanecen invariables.
En resumen, las limitaciones y la naturaleza de los supuestos de Keynes hacen de su teoría del empleo, en el mejor de los casos, una teoría especial, no una teoría general, como se jacta su título.
[1] A Guide to Keynes (Nueva York: McGraw-Hill, 1953), pag. 53.
[2] “Mr. Keynes’ Theory of Unemployment” , Economic Journal, junio de 1936.
pagina 240.
[3] Business Cycles and Their Causes (University of California Press, ed. de
1941), pag. 5.
