Capítulo XIX – Paro y Tipos de Salario
- El paro es causado por los tipos de salario excesivos
En el capítulo 19 del libro de Keynes, sobre “Variaciones en los tipos de salario”, se dispone a desafiar un principio fundamental en economía: que si el precio de algún bien o servicio (incluyendo los tipos de salario) se mantiene demasiado alto, es decir, por encima del punto de equilibrio, parte de aquel bien o de aquel servicio quedará invendido (se producirá paro). Y es que según Keynes, el paro no está primariamente determinado por ajustes de salarios, sino por otras fuerzas del sistema como el desajuste entre la eficacia marginal del capital y el tipo de interés, en lugar de considerar a estas fuerzas, por improbables que sean, como determinantes secundarios del paro. En este sentido, la presión de los sindicatos o las leyes y decretos emitidos desde el Estado para mantener los tipos de salario artificialmente elevados, no son condición necesaria para que se produzca paro, sino que el problema residiría, según el prisma keynesiano, en otros factores del sistema.
- Los tipos de salario no equivalen al ingreso por salarios
Que los tipos de salario equivalgan al ingreso por salarios, o, expresado de manera diferente, que el coste laboral equivalga a los ingresos salariales que percibe el trabajador, nos lleva al razonamiento siguiente: puesto que los salarios son el ingreso de los trabajadores, si los reducimos, no sólo somos crueles e inhumanos, sino que a la vez reducimos el “poder de compra”, y su vez, colocamos a la economía en una espiral descendente.
Usando un poco de analogía, equivalente sería decir que los precios (ya que el salario es un precio) de los bienes o servicios equivalen a los ingresos que percibe el productor, y que si elevase sus precios, por ejemplo, un 50%, sus ingresos se incrementarían en la misma proporción, lo cual es falso, puesto que si así lo hiciera, es decir, si elevara sus precios en un 50%, lo más probable es que sus ventas disminuyan ya que sus compradores cambiarían a otro productor. Siguiendo es lógica, ante incrementos artificiales (por ley o por presión sindical) del salario (costes laborales): ¿realmente se incrementarían los ingresos de los trabajadores o más bien se reducirá su demanda en relación con otros factores como el capital, por ejemplo?, ¿Y tales medidas, a quien beneficia y a quien perjudica? Tomando el ejemplo de Bolivia, los incrementos salariales pactados anualmente entre los sindicatos y el gobierno lo que han causado es informalidad en niveles superiores al 70% de población trabajadora; pero además de ello, que el tejido empresarial se caracterice por empresas unipersonales, donde los elevados costes laborales y las regulaciones, si bien no son condición suficiente para tal situación, definitivamente constituyen condición necesaria para que eso suceda. Por tanto, y como escribe Hazlitt: “No es, pues, mera falacia, sino un falso humanitarismo y un engaño cruel, insistir siempre en elevaciones de los tipos de salario, las justifiquen o no las circunstancias, y hacer siempre resistencia a las reducciones de aquellos, exigidas o no por las circunstancias”. En resumen, la primera falacia del presente capítulo de la Teoría General es confundir que los costes laborales equivalen a los ingresos a disposición del trabajador.
- “Elasticidad” de la demanda de mano de obra
Cuestiona si la demanda de mano de obra es realmente elástica o no, o si su elasticidad puede ser mayor que la unidad. La respuesta de Hazlitt frente a esto tiene un marcado sentido metodológico: ¿es posible medir estadística o matemáticamente la (para nada determinística y) continua dinámica creada por la acción humana de los agentes económicos?
Y si así fuese, la propia complejidad (por no usar la palabra dinámica) de los agentes económicos son la evidencia más clara de la inutilidad de la medición estadística (una fotografía en un punto específico en el tiempo). Con esto no quiero descartar la estadística o la matemática como herramienta en beneficio de la ciencia económica, lo que niego es la idea de convertir a estas herramientas en el mejor catalejo desde el cual, se observa la economía, y con esto llegar al extremo de decir, por ejemplo, que en x país la función de demanda es “Y”, o que la elasticidad de la demanda de trabajo en tal región es 2%, etc. Lo que llevaría a los economista por el camino directo hacia la ingeniería social, distorsionando de este modo, una ciencia cuyos agentes se comportan de una manera no determinística con ciencias como la física, cuyos fenómenos tienen comportamiento meramente determinístico, y por tanto, cuantificables, que es como la Escuela Neoclásica la concibe, cuyos economistas adherentes a la misma, han perdido totalmente el rumbo epistemológico de la ciencia económica.
Los argumentos de Hazlitt pueden ser apreciados desde las curvas de oferta/demanda, y lo que argumenta es que al afirmar que la elasticidad es cuantificable, no se toman en cuenta los factores que desplazan tanto la curva de oferta como la de demanda, y que sólo se tiene una visión de la economía en la que no existen efectos distintos de la cantidad o del precio tales como las preferencias, las expectativas, los bienes complementarios, la moda, etc. que afecten tanto a la curva de oferta como a la de demanda. Como más arriba comenté, las herramientas como la matemática y la estadística nos son útiles para contrastar la teoría económica con evidencia empírica pero no al contrario… mucho menos establecer “leyes” que surjan a partir de la regularidad empírica, porque como sostengo, las personas no tienen comportamiento determinístico como lo fenómenos de la naturaleza que estudia la física o la química. Para los economistas convencidos de que esto es así, es decir, que las personas están sujetas a leyes determinísticas y cuantificables como los fenómenos que estudian la física o la química.
- El ataque a los tipos de salario flexibles
De los engaños más grandes de Keynes, hasta ahora el siguiente es el que se ha ganado todos los títulos: que los salarios flexibles se dan mejor en una economía altamente autoritaria e intervenida que en una economía de libre mercado, o, expresado de otra manera, que Laissez-Faire significa inflexibilidad, desajuste, rigidez y autoritarismo según Keynes. Su rechazo por las economías no dirigidas desde arriba se comprende perfectamente por sus intenciones totalitarias, por su deseo de manipular las economías a su antojo amparado, claro está, por el poder coercitivo del Estado. Como él mismo afirma en el prefacio que escribió en septiembre de 1936, en la edición alemana de su General Theory: La teoría de la producción global, que es la meta del presente libro, puede aplicarse mucho más fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario, que la teoría de la producción y distribución de un determinado volumen de bienes obtenido en condiciones de libre concurrencia y de un considerable grado de laissez-faire. Con semejante confesión, por la inclinación más que obvia por el control de la economía, podemos entender que la manera en que Keynes concebía la economía, era todo menos científico. Su revolucionaria obra, que sigue popularmente vigente en la actualidad, como él mismo afirma, en lugar de clasificarse como una obra dedicada a desentrañar leyes económicas, es un manual muy práctico acerca de cómo controlar economías, intervenir mercados, manipular precios, etc. y que está especialmente diseñado para gobiernos socialistas, totalitarios y estatistas: no para gobiernos que guardan respeto por la libertad, la propiedad privada, los mercados libres, las relaciones contractuales voluntarias, el fomento de la competencia empresarial, la inculcación del ahorro y, en conjunto, de medidas totalmente alejadas de las creencias del inglés.
A diferencia de la visión monolítica y uniforme de cómo deben moverse las variables para Keynes en una economía, la realidad dista mucho de su totalitario punto de vista: pues mientras más libre es una economía, los millones de precios de bienes y servicios están en constante cambio, y cualquier desajuste que pudiera surgir, quienes están en mejores condiciones para solucionarlo no son los burócratas controladores desde arriba, sino los agentes económicos que son quienes tienen mejor conocimiento de su bien o servicio. No es una pedantería afirmar el sentido común, a saber, que los más indicados para ajustar sus precios cuando vean conveniente no son los burócratas ni los políticos sino los productores y vendedores los millones de bienes y servicios que se ofrecen en la más que vasta complejidad del mercado, y que si existe un poder que trate de regularizarlo todo de una manera uniforme y conforme a las limitadas visiones de los de arriba, no podrá jamás acumular el conocimiento de millones de agentes económicos: los políticos, los burócratas y toda el ala que trabaja amparada por el Estado, no es, ni más pura, ni más buena, ni más inteligente que las millones de personas que segundo a segundo toman decisiones en el mercado, decisiones que les permiten progresar por sí mismas. Aún hay mucha tela que cortar en este sentido. Aún mucho se ha tergiversado lo “individual”, y si la duda aún nos paraliza, lo que me ayuda a elegir un camino, el de la autonomía, es preguntarse: ¿Quién mejor que uno mismo conoce las necesidades que padece?, ¿Un puñado de hombres que dictan desde arriba, que probablemente ni estén enterados de tus necesidades o uno mismo, que és quien las padece en carne propia? Una vez que dejemos de engañarnos a nosotros mismos, una vez que dejemos de sacralizar al Estado y a sus políticos, una vez que nos demos cuenta de que uno mismo está en mejores condiciones de decidir de qué forma dispondrá de su dinero sin necesidad de darle parte del mismo de manera obligatoria (impuestos) a personas oportunistas y con aires de semidioses que es como se ven los políticos, una vez que nos liberemos del servilismo mental hacia el Estado, recién estaremos en condiciones de juzgar el liberalismo “real” que se ha de poner en práctica.
Pero como mi intención no es convertir a los economistas en adeptos hacia una “religión”, la decisión final corre por cuenta propia, esto eso, si prefieren ver la economía de manera agregada y sentirse en condiciones de regentar las “macro variables“ tales como el “nivel medio de salarios” o el “volumen de mano de obra agregada”, o por el contrario, concebir la economía como una complejidad, complejidad causada por el comportamiento no determinístico de los agentes económicos, una economía en la que se aceptan que existen millones de precios, millones de tipos de contratos laborales, pero lo que es más importante, una economía que segundo a segundo expresa cambios, cambios imposibles de que un puñado de mentes pueda en realidad, saber, y esto por el irrefutable argumento de que es imposible que tales puñados de dirigistas sepan lo que conviene a los millones de agentes económicos que interactúan en la economía. Lo que conocen sobremanera son sus propias necesidades, pero de ninguna manera las necesidades, a ciencia cierta, de millones de personas que pretenden regentar.
Sentenciando el mayor “pecado de Keynes”, de la pluma de Hazlitt: Keynes, establece una teoría ridículamente supersimplificada sobre cómo tiene que funcionar una economía de libre competencia y como esta no funciona de esa forma, la acusa.”
- Inflación frente al ajuste fragmentado
Entre una política de salarios flexibles y el dinero flexible (esto es, degradación de la oferta monetaria o inflación), Keynes se decanta totalmente a favor de la segunda, ante una variación de los precios o de las condiciones de la oferta y demanda. Y esta decisión de Keynes, es por el simple hecho de que el inglés considera “justo” estafar sistemáticamente a los acreedores al generar inflación pero no se da cuenta de que también está estafando a los asalariados al destruir su poder adquisitivo en términos reales. Para Keynes, es preferible destruir un porcentaje del salario real de todos los sectores antes que dejar que se ajuste, por ejemplo tan sólo el sector de la economía donde, por unos salarios por encima de su equilibrio, estén produciendo el paro.
- Una teoría clasista del paro
Como para Keynes, el paro es causado por factores distintos que salarios muy por encima de su punto de equilibrio como los desajustes entre el tipo de interés, la eficacia marginal del capital y la inversión; y como prefiere mantenerlos artificialmente altos (generando inflación) ante caídas en los precios (deflación) o en las condiciones de la oferta y demanda estafando a los acreedores, al estilo de Marx, quien culpaba a los capitalistas, Keynes acusa a los acreedores y prestatarios de generar el paro.